
Los vecinos abrieron las verjas de sus jardines. Dentro habían pegado unas grandes tiras de papel en los respaldos de las primeras cuatro filas de bancos en los cuales otro cartel decía reservados para 3R, porque solo los alumnos de esa clase podían sentarse allí. Todos parecían aturdidos.
Era el Día de Oración por Oscar Dunleavy, que había desaparecido, presumiblemente estaba muerto, y nadie se hace nunca a la idea de una cosa así. El padre Frank se había convertido en el centro absoluto de atención. Dijo que los compañeros de Oscar iban a necesitar tranquilidad, protección y respeto a causa de «las cosas lamentables, antinaturales e increíbles» que uno experimenta cuando presiente que no va a volver a ver a un compañero de clase.
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